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Cuento.
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Página 1 de 1.
Cuento.
Quiero compartir con ustedes un cuento que aún está inconcluso y que comencé a escribir hace poco más de un mes. Puede que lo encuentren interesante, porque relata la historia de un hombre que de un día para otro decide enclaustrarse y no salir nunca más de casa. Por ahora le llamo VIENTRE y espero ir subiendo actualizaciones cada vez que pueda, hasta acabarlo aquí mismo.
A poco más de un año de la muerte de su padre, no encontraba ninguna razón que le prohibiese cumplir su más anhelado deseo en vida. Reencontrarse con ese espacio cálido y confortable, extraviado inevitablemente hacía tantos años atrás y del cual ahora solo conservaba un preciado recuerdo.
Don Manuel, como era reconocido por los vecinos, su desaparecido padre, lo había convertido en el único heredero de la amplia casa familiar de avenida Kennedy.
Un caserón que en sus buenos tiempos sirvió de hogar para una numerosa cantidad de hermanos, pero que con el pasar de los años, poco a poco fue desmembrándose hasta, quedar prácticamente inhabitada.
Arturo el mayor de todos los hermanos, fue el último en abandonarla. Lo hizo por una cuestión personal o bien podría decirse, por un sentimiento de orgullo propio. Consideraba que, a sus 38 años, ya era demasiado adulto para seguir viviendo con papá y como ya lo habían hecho, sus demás hermanos muchísimo antes que él, decidió migrar de casa, para irse a vivir solo.
Solicitó un día de permiso en su trabajo y un miércoles por la tarde, se despedía, con un beso en la frente de su viejo. Subía al camión remolcador que transportaba la totalidad de sus pertenencias y se separaba de la que había sido su casa de toda la vida. Pensando en que sería de manera definitiva.
Rosita, una anciana, amiga de la familia y persona a la que Arturo le había encomendado los cuidados de papá, por cautela prefirió no confirmar nada.
Cuando lo telefoneo, sólo le comunicó que Don Manuel yacía retorcido en la cama y que por más que le hablaba este no despertaba de su “pesado sueño”
Pensando en lo peor Arturo se dirigió de inmediato a casa de papá, no sin antes solicitar el arribo urgente de una ambulancia al domicilio de lo que en esos entonces, ya era su ex casa.
Al llegar el equipo médico, su padre ya estaba muerto. Llevaba al menos un par de horas así y cualquier intento de reanimación a esas alturas resultaba inútil.
Arturo, no tuvo las fuerzas suficientes para ingresar al dormitorio y estudiar el estado de su padre. Pensó que lo mejor, sería esperar a que el personal médico, que ya estaba instalado en la escena, lo sacara de la habitación.
Los paramédicos, que tenían desplegado un amplio equipamiento de máquinas y cables, en pocos segundos habían entubado y tumbado en una camilla que monitoreaba los signos vitales a su padre. Al retirarlo del dormitorio, el cuerpo desfiló frente Arturo que con angustia le dio un último vistazo antes de ser retirado.
Contempló el exánime rostro agarrotado de papá. Esbozaba una mueca petrificada que contorsionaba su boca, retorciéndola de una manera casi cómica. Rápido le quitó la mirada sabiendo que ya no había vuelta atrás. Que tendría que retirarlo muerto, así como estaba, en unas pocas horas más. Se preguntó si sería en el mismo hospital adonde ahora se lo llevaban, o tal vez tendría que dirigirse al instituto médico legal para reclamarlo.
Su conmoción fue dando paso a la rabia y por un breve instante sintió ganas de oponerse a que se lo llevaran. De que no era necesario, ni tampoco valía la pena que todo ese aparataje médico que llevaba puesto encima lo cargara un cuerpo que ya había expirado. Sin embargo, respetó el procedimiento médico sin intervenir. Después de todo no se lo llevaban para intentar salvarle la vida. El cuerpo de su padre debía ser expuesto a los exámenes de rigor que precisaran una serie de pesquisas como la hora y causa de muerte. Un trámite maldito, pero necesario, al fin y al cabo.
¿Necesario para quién? No para Arturo, definitivamente, que abatido no se presentó en el hospital. Decidió esperar la llamada del médico o hasta que la clínica estimara oportuna su presencia.
El parte médico indicó que el deceso fue producto de un paro cardíaco y que habría sido fulminado durante el sueño.
-Al menos no debe haber sufrido- comentó con la mirada pegada al piso cuando se lo informaron.
En realidad, no estaba seguro de que eso fuese cierto. Aquella mañana el desfigurado rostro de su padre delataba un dolor intenso, pero al menos pensarlo de esa forma resultaba terapéutico.
Fue difícil para Arturo reponerse de la pérdida. Le pesaba una gran porción de culpa y necesito de varios meses de rehabilitación para lograr asumir que la muerte de su padre no había tenido nada que ver con él.
Si su padre había fallecido al poco tiempo de que él abandonara la casa, fue solo una desafortunada coincidencia. Entre su ausencia y la muerte de su padre, no existía ninguna relación real de causa y efecto y no era justo atormentarse.
Abandono, por lo demás, ni siquiera era una palabra adecuada para utilizar. El concepto, encerraba demasiada violencia y no se ajustaba para nada con la realidad de los hechos entre su padre y él.
Arturo el último de los hijos que aún quedaba en casa, antes de partir se preocupó de tomar los recaudos necesarios para que su padre no se resintiera en demasía por su ausencia.
Se preocupó de seleccionar un departamento ubicado dentro de una zona que permitiera un rápido traslado hasta la casa del barrio Kennedy.
No estaba en sus planes dejar de verse con papa y había acordado junto a él, visitas periódicas al menos una vez al día, durante la hora de almuerzo.
Básicamente siempre fue el único de los hermanos dispuesto a hacerse cargo del viejo, ya que de los demás, apenas se conocía el paradero.
Tenía entendido que Roberto el segundo después de él, se había radicado en España. Quizá en Barcelona o Madrid no tenía idea. Arturo pensaba que dentro de ese pequeño continente con países encajonados como a la fuerza, era muy común pasarse de un lugar a otro. Un día se podía estar en España y al otro en Bélgica o en Alemania y como Roberto manejaba bien el inglés las barreras idiomáticas seguramente no le serían ningún problema. Roberto era sin duda el hermano que más recordaba. No sabía si lo extrañaba o no, pero su recuerdo era patente. Tampoco sabía si lo recordaba precisamente a él, o a los buenos años que compartieron juntos en donde aún podía decirse que eran familia.
A poco más de un año de la muerte de su padre, no encontraba ninguna razón que le prohibiese cumplir su más anhelado deseo en vida. Reencontrarse con ese espacio cálido y confortable, extraviado inevitablemente hacía tantos años atrás y del cual ahora solo conservaba un preciado recuerdo.
Don Manuel, como era reconocido por los vecinos, su desaparecido padre, lo había convertido en el único heredero de la amplia casa familiar de avenida Kennedy.
Un caserón que en sus buenos tiempos sirvió de hogar para una numerosa cantidad de hermanos, pero que con el pasar de los años, poco a poco fue desmembrándose hasta, quedar prácticamente inhabitada.
Arturo el mayor de todos los hermanos, fue el último en abandonarla. Lo hizo por una cuestión personal o bien podría decirse, por un sentimiento de orgullo propio. Consideraba que, a sus 38 años, ya era demasiado adulto para seguir viviendo con papá y como ya lo habían hecho, sus demás hermanos muchísimo antes que él, decidió migrar de casa, para irse a vivir solo.
Solicitó un día de permiso en su trabajo y un miércoles por la tarde, se despedía, con un beso en la frente de su viejo. Subía al camión remolcador que transportaba la totalidad de sus pertenencias y se separaba de la que había sido su casa de toda la vida. Pensando en que sería de manera definitiva.
Rosita, una anciana, amiga de la familia y persona a la que Arturo le había encomendado los cuidados de papá, por cautela prefirió no confirmar nada.
Cuando lo telefoneo, sólo le comunicó que Don Manuel yacía retorcido en la cama y que por más que le hablaba este no despertaba de su “pesado sueño”
Pensando en lo peor Arturo se dirigió de inmediato a casa de papá, no sin antes solicitar el arribo urgente de una ambulancia al domicilio de lo que en esos entonces, ya era su ex casa.
Al llegar el equipo médico, su padre ya estaba muerto. Llevaba al menos un par de horas así y cualquier intento de reanimación a esas alturas resultaba inútil.
Arturo, no tuvo las fuerzas suficientes para ingresar al dormitorio y estudiar el estado de su padre. Pensó que lo mejor, sería esperar a que el personal médico, que ya estaba instalado en la escena, lo sacara de la habitación.
Los paramédicos, que tenían desplegado un amplio equipamiento de máquinas y cables, en pocos segundos habían entubado y tumbado en una camilla que monitoreaba los signos vitales a su padre. Al retirarlo del dormitorio, el cuerpo desfiló frente Arturo que con angustia le dio un último vistazo antes de ser retirado.
Contempló el exánime rostro agarrotado de papá. Esbozaba una mueca petrificada que contorsionaba su boca, retorciéndola de una manera casi cómica. Rápido le quitó la mirada sabiendo que ya no había vuelta atrás. Que tendría que retirarlo muerto, así como estaba, en unas pocas horas más. Se preguntó si sería en el mismo hospital adonde ahora se lo llevaban, o tal vez tendría que dirigirse al instituto médico legal para reclamarlo.
Su conmoción fue dando paso a la rabia y por un breve instante sintió ganas de oponerse a que se lo llevaran. De que no era necesario, ni tampoco valía la pena que todo ese aparataje médico que llevaba puesto encima lo cargara un cuerpo que ya había expirado. Sin embargo, respetó el procedimiento médico sin intervenir. Después de todo no se lo llevaban para intentar salvarle la vida. El cuerpo de su padre debía ser expuesto a los exámenes de rigor que precisaran una serie de pesquisas como la hora y causa de muerte. Un trámite maldito, pero necesario, al fin y al cabo.
¿Necesario para quién? No para Arturo, definitivamente, que abatido no se presentó en el hospital. Decidió esperar la llamada del médico o hasta que la clínica estimara oportuna su presencia.
El parte médico indicó que el deceso fue producto de un paro cardíaco y que habría sido fulminado durante el sueño.
-Al menos no debe haber sufrido- comentó con la mirada pegada al piso cuando se lo informaron.
En realidad, no estaba seguro de que eso fuese cierto. Aquella mañana el desfigurado rostro de su padre delataba un dolor intenso, pero al menos pensarlo de esa forma resultaba terapéutico.
Fue difícil para Arturo reponerse de la pérdida. Le pesaba una gran porción de culpa y necesito de varios meses de rehabilitación para lograr asumir que la muerte de su padre no había tenido nada que ver con él.
Si su padre había fallecido al poco tiempo de que él abandonara la casa, fue solo una desafortunada coincidencia. Entre su ausencia y la muerte de su padre, no existía ninguna relación real de causa y efecto y no era justo atormentarse.
Abandono, por lo demás, ni siquiera era una palabra adecuada para utilizar. El concepto, encerraba demasiada violencia y no se ajustaba para nada con la realidad de los hechos entre su padre y él.
Arturo el último de los hijos que aún quedaba en casa, antes de partir se preocupó de tomar los recaudos necesarios para que su padre no se resintiera en demasía por su ausencia.
Se preocupó de seleccionar un departamento ubicado dentro de una zona que permitiera un rápido traslado hasta la casa del barrio Kennedy.
No estaba en sus planes dejar de verse con papa y había acordado junto a él, visitas periódicas al menos una vez al día, durante la hora de almuerzo.
Básicamente siempre fue el único de los hermanos dispuesto a hacerse cargo del viejo, ya que de los demás, apenas se conocía el paradero.
Tenía entendido que Roberto el segundo después de él, se había radicado en España. Quizá en Barcelona o Madrid no tenía idea. Arturo pensaba que dentro de ese pequeño continente con países encajonados como a la fuerza, era muy común pasarse de un lugar a otro. Un día se podía estar en España y al otro en Bélgica o en Alemania y como Roberto manejaba bien el inglés las barreras idiomáticas seguramente no le serían ningún problema. Roberto era sin duda el hermano que más recordaba. No sabía si lo extrañaba o no, pero su recuerdo era patente. Tampoco sabía si lo recordaba precisamente a él, o a los buenos años que compartieron juntos en donde aún podía decirse que eran familia.
killmeplz- Nuevo Usuario
- Mensajes : 34
Re: Cuento.
Macanudo. Me agrada tu exploración psicológica y atención al detalle.
A la espera quedo de próximas ampliaciones.
A la espera quedo de próximas ampliaciones.
Mosquito- Usuario Destacado
- Mensajes : 149
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